Ya antes escribí sobre la primera parte, y también sobre la segunda de Insidious, ambas dirigidas por el malayo James Wan y que fueron estrenadas en el mismo año (2013).
Así que, para no sonar repetitivo y aburrido, y también por falta de tiempo, resumo en breves palabras esta segunda parte (o tercera de la saga, si tenemos en cuenta a Annabelle, precuela y spin-off de El Conjuro). Las virtudes y contras son los mismos: dentro de las primeras, la técnica híperestilizada del director, con una cámara inquieta y que juega más con lo que no se ve en pantalla que con lo que sí y con una música ominosa y omnipresente, las pistas de sonido como brilante factor determinante de los sustos, historia clásica de terror puro, cocinada a ritmo lento pero sin respiros; entre las contras, las reminiscencias de incontables clásicos que hace que las escenas nos parezcan siempre vistas.
En esta ocasión, sin embargo, la pareja Warren, a cargo otra vez de Patrick Wilson y Vera Farmiga, alcanza una dimensión más profunda, logrando que el desenlace transpire angustia y emoción a fuerza de la empatía generada con el espectador .
En resumen: terror de corte clásico y excelentemente filmado, de brillante técnica actual y pose retro, donde todo parece conocido sin resultar por ello menos efectivo. Dentro del género (o del subgénero de casas embrujadas), es difícil encontrar algo más contundente.